Una carroza llena de pasteleros, dulces… y mucha ilusión Eran casi las nueve y media de la noche del pasado 5 de enero cuando el camión blanco y azul de Bernardo volvía a salir de nuestro colegio. La lluvia continuaba cayendo tímidamente, como si se avergonzara de haberse presentado al final de la cabalgata sin haber sido invitada y de haberse quedado hasta el final de la fiesta sin nuestra aprobación. Por última vez todos miramos aquel camión que, de nuevo en la calle, parecía convencional pero del que sólo nosotros conocíamos su ilimitada capacidad de transformación, sus poderes mágicos . Nuestra mirada era un poco incrédula tras haber asistido una vez más a su metamorfosis... aunque incrédula sin razón, porque todos nosotros habíamos sido partícipes de aquel pequeño milagro que habíamos construido con muchas planchas de poliexpan, kilos de pintura, cajas llenas de caramelos y confeti, altavoces y equipo de música, bombillas, cuerdas, cinta americana, pegame